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El objetivo de este blog era (y es) dedicarlo exclusivamente a la música, pero hay ocasiones en que si uno no dice ciertas cosas corre el riesgo de reventar.
Hace un par de días la Audiencia Nacional decretó el sobreseimiento del caso Severo Ochoa, basado en una denuncia anónima contra 15 médicos de urgencia de dicho hospital de Leganés.
Se les acusaba de practicar sedaciones irregulares, es decir, de aplicar a enfermos terminales dosis de sedantes por encima de la legislación con el fin de que sufran lo menos posible cuando padecen enfermedades terminales. Todo el que haya tenido un familiar enfermo terminal sabe que los sedantes en la fase final de algunas enfermedades, si bien pueden acortar la vida de los pacientes, les convierten ese último proceso en algo mínimamente digno. Y digo mínimamente, porque yo he visto morir desgraciadamente a algún familiar en esas circunstancias y ahí había cualquier cosa menos dignidad y humanidad.
Pues bien, afortunadamente el sobreseimiento del caso permite limpiar el nombre de estos médicos (a los que me encantaría tener cerca en mis últimos momentos, dicho sea de paso). Aunque para mí serían inocentes, aunque la justicia los hubiera encontrados culpables
Prefiero pasar por alto las declaraciones, ataques y ceses perpetrados en todo este asunto, antes siquiera de que hubiera un investigación seria en este asunto, por el gobierno regional de mi comunidad. Afortunadamente el tiempo y la justicia ha puesto a cada uno en su lugar.
Aunque mejor que yo, sin duda, lo ha comentado en su blog Rodolfo Serrano.
Y esto me lleva a la canción, posiblemente la que más me emociona de toda la discografía de Ismael Serrano hasta la fecha: Testamento vital. No consigo escucharla sin que se me pongan los pelos de punta y se me haga un nudo en la garganta. El sonido no es demasiado bueno, pero aun así merece la pena compartirla.
Cuando mi cuerpo tirite y tenga lista la maleta has de disponer que abran las ventanas y me dejen marchar, que la noche no duela.
Cuando todo oscurezca, él escucha, habla ella,
cuando la tarde naranja desenrede la madeja,
cuando mi cuerpo tirite y tenga lista la maleta
has de disponer
que abran las ventanas y me dejen marchar,
que la noche no duela.
Me despedirás y arderé en una estrella.
Y celebrarás este pequeño milagro.
Han pasado algunos años desde la última promesa,
ella se marchó y dejó olvidado un cuerpo dormido.
Soñaremos que una noche a ella le pinchó la rueca
y no despertó.
Y a él sólo le queda celebrar
esta última ofrenda,
la despedirá y arderá en una estrella
y celebrará este pequeño milagro,
su pequeño milagro.
Él ha abierto las ventanas, y ella se aleja sonriendo,
imagina mientras la tarde naranja va cayendo.
Elegimos el camino, también al fin del trayecto,
y ahora a celebrar,
a la luz de una estrella vespertina y azul,
la hazaña de estar vivos,
conocerte aquí, todo aquello que fuimos,
ya sabes, en fin,
nuestro pequeño milagro,
mi pequeño milagro.